8 oct 2008

GENTE

Hablar de la gente es complicado. Intentas establecer pautas y rápidamente surgen uno o varios casos que te las rompen. Es difícil hablar de la gente como individuos, como seres indivisibles que viven sus propias circunstancias y sus propias experiencias; que valoran las cosas a su modo y que llegan a determinadas conclusiones según el trayecto que sigan y cómo lo sigan…


La única forma de hallar pautas humanas es observando el comportamiento de una sociedad. Ahí sí, con bastante probabilidad, se vean conductas homogéneas, caracteres y posturas inducidos por una arrasante corriente masificada de individuos. En inglés existe el término “peer pressure”; en español esto se podría ver como la cultura del “qué dirán” por lo general es, un fenómeno de la sociedad o asociación humana, que varias mentes unidas se anulen total o parcialmente entre si; varias idiosincrasias se juntan para formar una sola y homogénea, y el peso de esta mole aplasta la heterogeneidad de la que nació.

De este modo, la sociedad crea gentíos, masas, muchedumbre, turbas, etc. Tenemos la opinión pública, la consternación general, huelgas, sindicatos, manifestaciones, revoluciones, levantamientos… En fin, fenómenos de tamaña fuerza casi de proporciones cataclísmicas, que provienen de la unión de cientos, o de miles, o de cientos de miles de individuos que – ora por seguridad, ora por temor a la gran mole – sacrifican su propia identidad para ser parte indiscernible de la tiranía del todo.


Pero entonces: ¿La gente?, ¿o las personas?, ¿o el individuo? ¿Quién es el individuo?


¿Dónde hallamos la humanidad del individuo al contemplar el entorno que ocupa?


Echando una mirada rápida vemos: rejas, alambrados, celosías, cercas, portones blindados, postigos… También vemos a individuos de traje y corbata absortos en agendas, celulares, relojes, computadoras…


Vemos individuos que caminan con la mirada opaca, perdida, marchita; que transitan por este mundo sin querer vivirlo, que miran solo para saber a donde han de ir, que miran para no tropezarse: como se suele decir, “que miran y no ven”.


Con esta información superficial que obtenemos del individuo en sociedad, no es de extrañar que todos nos desconfiemos, que nos temamos, que nos prejuzguemos tanto por haber llegado a la conclusión de que todos estamos sacados de un mismo patrón; no es de extrañar que nos veamos tan faltos de apoyo y de que tantos caigan, en medio de las masas de millones de oídos taponados, como el árbol del famoso proverbio en el bosque vacío.


Quizás entonces no quepa esperar nada de nadie, de ningún individuo, de la gente. Quizás jamás lleguemos a reconocer en el rostro de un extraño esa identidad individual, ese rasgo de ser indivisible que nos hace a todos humanos y miembros de un mismo y único género.


Pero viajando nos estamos forzando a descubrir excepciones a la regla; excepciones que parecen estar a la espera, apretadas en un capullo como pétalos de flor aguardando que algo las toque para poder salir y mostrar todo el aroma de sus puras intenciones, todo el color de su encanto, toda la forma orgánica y hermosa de su cálido corazón.


Porque esas ganas de hermandad, esas ganas de solidaridad, de librarse de la roñosería y la desconfianza para poder reconocerse en los demás y así poder amarlos y ser amado… Esas ganas respiran latentes detrás de rejas, celosías y postigos.


Y viajando lo hemos visto una y otra vez. Hemos soltado el apretado resorte del orgullo y nos hemos lanzado a pedir ayuda: ¡a los desconocidos! Hemos agachado la cabeza y nos hemos encomendado a la buena voluntad de los extraños. Y gracias a ello, ¡a cuánta gente maravillosa hemos conocido!: Rúben (Velásquez, Rocha), Alejandro Castillo (Lascano, Rocha), al matrimonio Parente (Alejandro y Silvia, Treinta y Tres), Marcelo “Capincho” Ruiz, Oscar Cuña y “El Pelao” (seccional cuarta de Treinta y Tres), a Ignacio Honegger, Roney Sosa, Fernando Sosa y Raquel (Melo, Cerro Largo), a Juan Pereira (Tacuarembó), a la familia Rivera-Rodríguez (Tacuarembó), a Daniel Ramírez, Julio Daniel Silva “el Cholo”, Neneko, al señor Peraza y al gran amigo John Mina (Estadio Municipal de Tacuarembó), a Nilba, Francisco Revilla, Aníbal Suárez-Lima (Tambores, Paysandú), al “Coco” Pereira, Carlos Sena, Luis y al señor Alfieri (Salto, Salto).


Y en general, pero no menos importante, a todos los dueños, encargados y empleados de comercios grandes y pequeños que sin pedir más a cambio que un simple gracias, nos dieron de lo que tenían.


Gracias a la solidaridad de toda esta gente que nos abrió sus rejas y postigos, seguimos viajando.

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