1 mar 2010

CAPÍTULO 5: ECUADOR (IV) – Montañita - Bahía de Caráquez










El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional

Luego de los últimos mates con Alfie en la playa más hermosa que he conocido hasta ahora de la costa ecuatoriana; partí alrededor de las 10 am a un nuevo y relativamente incierto destino.



De los caminos más calurosos del viaje ha sido éste uno.
De Montañita a Bahía de Caráquez, el calor fue abrasador (incandescente). Recuerdo que si bien estaba un poco nublado durante la salida, al pasar Olón (10 kilómetros de Montañita al norte) se despejó como si una mano mágica (hija de su madre…) hubiera limpiado muy eficazmente el cielo entero.

Disfruté si como siempre del paisaje, del mar y de escaso tránsito existente, pero llevaba muy poca agua, es decir, llevaba los 2,5 lts que llevo siempre y en mi camino a Bahía de Caráquez, evidentemente no sería suficiente para enfrentar los 76 kilómetros que más tarde hube de realizar hasta Puerto Cayo.


A los 76 kilómetros –como decía-, luego de haber pasado por Puerto López donde di unas vueltas preguntando por veleros (inútilmente ya que es un puerto pesquero) me crucé casualmente con José Guevara que venía en su camioneta en sentido contrario. Ambos paramos (yo no tuve que hacer mucho esfuerzo ya que venía empujando la bici en una subida) y él, me deseó lo mejor para el viaje. Me sonrió con su pasiva y penetrante mirada y me abrió paso para que llegase inmediatamente a Puerto Cayo.














Lo primero que visité fue bomberos. Allí no había nadie, estaba cerrado y como en los pueblitos chicos, si quería hablar con el jefe del cuerpo debía ir a buscarlo a su casa. El cansancio me aturdía así que decidí ir a la policía a probar suerte.

Ese día como el resto de los días del viaje hasta hoy, la surte también estaba de mi lado. Entré y me hicieron esperar al jefe de turno. No solo me ofrecieron una cama con su mosquitero ("toldo" como le llaman aquí) sino que además un lugar para bañarme con agua dulce y luego, pusieron el ventilador en la habitación común para que yo durmiera fresco.

Panadería conmigo y claro, un poco de leche y café para realizar la segunda comida del día (luego del desayuno). Acto seguido, a la cucha (dícese del lugar donde pernoctan los perritos)

La noche fue como un martillazo en la cabeza. Solo recuerdo que no recordé ni un solo sueño, que me levanté muy adolorido. Que ya no sabía ni que parte de quien dolía. Pero el hecho es que luego del desayuno con pan recién hecho y calentito, decidí aprovechar el día ya que prometía un sol radiante también…

Mi camiseta estaba ya bastante perforada, digamos que hecha mierda… El policía, el jefe se apiadó y me regaló una. Me dijo que no le sobraba, así que realmente era un regalo de corazón. Me la puse en ese mismo instante y me subí a mi caballo. (los policías de allí decían que la bici parecía un caballo por la altura)














Me proponía llegar a Manta pese a que sabía que sería difícil conseguir alojamiento gratis ya que es una de las ciudades más importantes de la costa ecuatoriana.
Disfruté mucho de las empinadas bajadas y las no menos intensas subidas. El camino, sin novedades pero con mucho calor me llevó hasta Manta a donde llegué luego de pasar por algunos pueblos en busca de agua e incluso, en una de mis paradas en algún lugar muy tropical tuve que ayudar a un viejito que cargaba costales (bolsas de 50 kg) de café sobre una camioneta para ganarse 3 dólares por hora. Apenas podía con mi vida, así que no se realmente por qué hice esa locura.




Al llegar a Manta no solo me dijeron que no en todos los bomberos sino que para variar, fueron bastante fríos y descorteces. No me sorprendió puesto que venía de los personajes más inhumanos de la tierra, los citadinos robots…




En 7 instituciones educativas católicas me negaron el asilo, en la policía, en los bomberos y para variar, en la iglesia… Cansado, molesto, hambriento, con mucho calor y sin más lugar en la piel para depositar otro grano más de sal de la transpiración, llegué al siguiente pueblo que se llamaba Jaramijó. Aún me preguntaba cómo podía ser que luego de haber preguntado en ¡¡¡10 lugares en todos me hubieran dicho NO!!!

Parece que querían construir una ciudad anti tsunamis… así que a Jaramijó, se entra a nivel del mar y luego se asciende en forma vertical en una pendiente de unos 60 grados hasta el centro de éste simpático pueblo.

Empujándome, arrastrándome como una larva recién salida de su oruga llena de vida pero sin fuerzas aún, exhausto, llegué a la cima y me encontré con una iglesia. Fuera de esta había una dulce señora barriéndola.
Le pregunté lo obvio y me respondió lo clásico. La casa de Dios es de todos menos tuya… je Pero increíblemente me dijo, "yo no vengo solo a la iglesia para barrer; tampoco lo hago para llenar la vista de mis amigas y mucho menos para ser una farisea más; así que te ofrezco que vengas a comer en casa con mi familia y si quieres, te puedes quedar a dormir"

Yo no salía de mi asombro y la verdad, que en ese momento no me parecía un abuso hacer cuenta de lo que me estaba ofreciendo. Le dije que iría a bomberos y según la respuesta que me dieran, iría a su casa a dormir o no, pero que sin duda aceptaba su oferta e ir a comer a su casa ya que llevaba el día entero sin comer más que el desayuno y ya eran las 5 de la tarde.

Fui a bomberos y automáticamente me dijeron que si, que POR SUPUESTO que sí –como era de esperarse en un pueblito tan lindo-. Me acomodé allí y me fui a almorzar con mi flamante amiga Esperanza.
Allí estaban sus hermanas, además Gina -su bonita hija adolescente- y un exquisito plato de arroz, lentejas (menestras como le dicen acá) una ensalada increíblemente sabrosa y un café con leche perfecto.

Al ver carne fresca, los mosquitos no se alejaban de mis pies. Visto esto una de las hermanas de mi querida amiga me regaló un Detán. (un repelente que resultó ser EXCELENTE aunque su fórmula es diseñada por el ejercito de EEUU…)

Terminé mi almuerzo-cena-merienda tranquilo, muy calmo y disfrutando de la conversación con la familia de esta buena señora. Prometí regresar al otro día para despedirme antes de irme y todos asumieron que así sería.

Volví a los bomberos luego de dar unas vueltas por el pueblo y luego de conversar un poco con mi amable anfitrión y contarle que me confundían con Bin Laden…, me di un baño y en una especie de letrina pero bue, con agua dulce y jabón y me acosté a descansar mis molidos huesos. La noche muy tranquila también y los mosquitos no pudieron hacer de las suyas ya que yo lo había prevenido con mi Detán…

A la mañana siguiente pero sin mucho apuro ya que estaba a casi 100 kilómetros de Bahía y sabía que no llegaría de ninguna manera hasta allí en un solo día, dejé a mi amigo bombero luego de esta foto.
















Así entré a Crucita, lugar al que no debía entrar pero por estar construyendo las vías principales nuevas, no había señal ninguna y hube de hacer como 10 kilómetros al pedo.
Aproveché para conversar con un señor que atendía un negocio de licuados y me ofreció uno mientras conversábamos.

De allí partí hacía Bahía de Caráquez. Más muerto que vivo pero con la satisfacción de estar haciendo lo que yo elegí y no, lo que se me ha dicho que debo hacer.
La razón por la cual después de un asesino camino llegué a Bahía fue porque no había un bendito lugar para parar en el camino. Era solo bosque y yo realmente estaba con mucha hambre y sed. No pasaría la noche si no me hidrataba y comía algo, ya no tenía fuerzas ni para pedalear tan siquiera en las bajadas. Solo me faltaba llorar del cansancio y la sed que tenía, pero creo que no tenía ni siquiera lágrimas para eso. Así que marqué ese momento como prueba de lo que sucedería a continuación.

Siguiente acto, tomé la decisión de parar, dejar la bicicleta apoyada sobre el suelo (puesto que no había nada más a mí alrededor) y sentarme a respirar, a sonreír a la vida que había elegido vivir.

Todo, mágicamente cambió. La valentía y sinceridad de enfrentar una situación creada, inventada por mí, me hizo sentir que todo esto, era simplemente un teatro montado por mí y que yo mismo era, quien había elegido mi papel en todo esto. (me acordé mucho de tus sabias palabras Gani)

No es que se hayan reducido los siguientes 20 kilómetros, ni tampoco es cierto que deje de sentir hambre y sed, pero si es verdad que parecieron 5 kilómetros hasta llegar a Bahía.

Allí compré un litro de yogurt que duró unos 40 a 45 segundos, seguido de unos panes con muuucha azúcar (de esos que hacen bastante mal pero que yo tanto necesitaba en ese momento)


Continúa…

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