"Porque el corazón no quiere entonar más retiradas"
Bahía parecía ser un nuevo desafío en cuanto al alojamiento y al propio desenvolvimiento que habría de pasar allí. Me refiero a desenvolvimiento haciendo referencia a conseguir velero, a moverme dentro del pueblo de forma discreta para comprar comida. (sin que piensen que soy Jesús o Bin Laden como me gritan habitualmente).
Santiago Torres me dio un número de teléfono de un amigo (y colega) suyo, Marcelo Luque.
Así que en cuanto llegué al centro de Bahía de Caráquez (de aquí en más Bahía), contacté a dos personas; uno Marcelo Luque (de ahora en más Marce) y el otro Trip que es el dueño de la marina de Bahía con el nombre de "Puerto Amistad".
Luego de varias vueltas en este pueblito di con el edificio donde moraba Trip. El portero me prestó su celular para que me acabara el saldo hablando con Trip que estaba en Manta haciendo unas gestiones burocráticas pese a ser domingo. Por otro lado, Marcelo no estaba en casa pero atendió su celular y me dijo que en una hora me fuera por su casa y me explicó cómo llegar.
Llegué a la hora pactada a "Cerro Seco" en la comunidad de Bella Vista (dentro de Bahía obviamente) Así se llama el proyecto viviente que Marce ha construido en las últimas décadas siguiendo la idea de sus predecesores que habían comenzado hacía mucho tiempo algo similar.
Conocí esa noche a Marce y a María (su esposa española), a Ernesto (un muy simpático e interesante estudiante de biología a punto de recibirse que fue un gran compañero de mate por las tardes y mañanas) y a Romualdo, un gran personaje, un septuagenario que hablaba solo de lo que a él le interesaba.
Para no darle muchas largas al asunto resumo aquí que pasé un mes con Marce, Ernesto y Juan Pablo (otro gran hermano de camino que vivía allí también en Cerro Seco). A los pocos días de yo haber llegado, María fue a Granada a visitar a su familia así que no la volví a ver sino hasta dos días antes de dejar atrás esa hermosa familia sobre fines de febrero.
Eventualmente me cruzaba con Romualdo y algunas pocas veces compartí exquisitas conversaciones con la simpática e inteligente María. Con Juan Pablo hablábamos todo el tiempo de la Pachamama, de ceremonias indígenas, de piedras y tanto así fue que me convenció que antes de partir, fuera por su tierra natal, Cañar (en las sierras ecuatorianas) a visitar las ruinas de Ingapirca; con Ernesto, hablábamos mucho de espiritualidad, de conciencia Universal y todos esos temas que a los citadinos no les importan mucho pero a él, aunque fuese quiteño, no le incomodaba en absoluto y por el contrario, era el que ponía el mantel en la mesa de las conversaciones y adornaba todo el tiempo con sus caras de sorpresa mientras que a la vez abrazaba cada palabra que se pronunciaba y analizaba con mucha cautela e inteligencia.
En fin, como decía, para injustamente resumir un mes de convivencia en Cerro Seco, afirmo desde la mente el alma y el corazón, que allí en Cerro Seco dejé otra hermosa familia. Marcelo me tuvo allí, sin dejarme hacer prácticamente nada para colaborar, sin cobrarme UN solo dólar y ofreciéndome todo lo que tenía a su disposición desde el corazón.
Aquí pondré la entrevista de audio que me hicieron en la radio Bahía Estéreo (90.5 FM) donde hablamos (el entrevistador Luigi y yo) de él (de Marce) entre otras cosas.
(Al hacer click en Audio 1 o Audio 2, les dará la opción para bajar los dos archivos de audio)
Marcelo Luque trabaja sumamente duro por la ecología y el cuidado de la Pachamama. Es un personaje digno de mi profundo respeto y admiración. No tiene camisetas con el logo de su proyecto Cerro Seco, sino, hubiera comprado alguna para apoyarle. Realmente es un admirable Ser Humano.
¡Marcelo, para vos van mis más cálidos y sinceros saludos de ñañito!
(ñaño del quechua ecuatoriano quiere decir hermano)
Aquí algunas fotos del mes de convivencia en Cerro Seco incluyendo algunos chicos europeos que venían a visitar la comunidad y disfrutar del hermoso sueño hecho realidad de Marce.
Estando en Cerro Seco, decidí un día acompañar a mis ñañitos Juan Pablo y Ernesto con sus respectivas novias a la represa de La Esperanza. Allí ellos estaban haciendo un proyecto en el que intentaban generar gas para cocinar a través de una especie de biodigestor en base a unas algas muy molestas (*) para la gente que vivía en esas islas e inmediaciones del rio que allí se represaba
(*) Desde que se había construido la represa "La Esperanza" y ya no circulaba libremente el agua y peces como antes, se estancaban en las orillas las algas imposibilitando muchas veces la entrada y salida de las canoas de los lugareños además de juntar una cantidad de mosquitos que allí en las algas moraban e incomodaban mucho a los locales. Además se vio seriamente afectada la fauna marítima puesto que en época de retorno, los peces no encuentran por donde regresar. La verdad que ese es el precio de darle corriente eléctrica a algunas personas y me parece mediocremente estúpido. Lo más triste es, que los lugareños que se veían afectados por los dos inconvenientes nombrados antes, ni siquiera eran subvencionados por el estado para comprar velas ya que por supuesto que no les daban electricidad.
Aquí hay también algunas fotos de las 7 horas de ida y vuelta de viaje de y a la Esperanza además de los videos que hay en Youtube en La esperanza y La esperanza 2. Esto muestra los dos días que pasamos allí con la familia que los había adoptado y les permitía hacer allí todos sus trabajos e investigaciones.
Al regreso de La Esperanza, sentí que la enfermedad del viajero me había vuelto a picar y que tenía que conocer las sierras ecuatorianas antes de dejar Ecuador y Sudamérica definitivamente. Pensé y hablé durante toda la vuelta con Juan Pablo. Llegamos a Cerro Seco y un par de días más de meditación y reflexión me hicieron notar que no podía irme del hermoso continente de oro dejando Los Andes atrás sin despedirme de ellos como correspondía así que, hablé con Michael, el capitán californiano con el que iba a viajar y le hice saber que no me iría de S. América sin visitar el oriente ecuatoriano.
Al día siguiente apronté mi bicicleta que estaba bastante maltrecha con varios rayos partidos y unas cuantas cosas desgastadas y oxidadas por la falta de uso y el sobre-uso y a las 4 de la mañana me tomé un bus con bicicleta y todo con destino a Guayaquil.
De Guayaquil también tomé otro bus hasta Cuenca a donde llegué luego de un hermosísimo camino que sube hasta los 4 mil y pico de metros la cordillera de Los Andes y la vuelve a bajar hasta los 2500 que tiene Cuenca.
Llegado a Cuenca busqué en bomberos, policía, iglesias y todas las demás instituciones deshumanizadas que existen en una ciudad grande incluyendo la cruz roja y terminé pagando… SI, pagando un alojamiento…
Iba pedaleando por las calles cuencanas y me interceptó un tipo agradable. Pese a mi molestia y frustración por los resultados obtenidos, decidí parar y ver qué era lo que quería ese insistente y simpático hombre que no me dejaba terminar de escuchar el audio libro que me había tocado saborear ese día.
Me desconecté los auriculares y allí estaba Luchito. Un personaje que se apiadó de mí y al ver que realmente no disponía de muchos medios económicos, me planteó de pagarle menos de la mitad de lo que el cobraba. Yo le dije que aceptaría siempre y cuando fuera justa esa "mitad de precio" Cuando me dijo el precio y que además me daría desayuno, solo me quedó por preguntarle con cuantos perros debería dormir y en que rincón de la casa.
Lucho me trató muy bien los dos o tres días que allí pasé mientras, paralelamente conseguí el mejor taller de bicicletas de Cuenca y tras conversar Cristián Ramírez, su dueño, me dijo que me regalaría la mano de obra y solo me cobraría los materiales. Ya que a la bicicleta había que meterle mucha mano y yo sabía que a ciencia cierta, desde Cochabamba (Bolivia) hacía más de 4mil kilómetros atrás, no le había hecho ningún buen servicio -y eso que ya había recorrido varios miles de kilómetros de costa con arena y agua y humedad muy salada- merecería el gasto.
Supuse que en algún momento habría que hacerlo y si era allí, con técnicos especializados como Carlos y Alfredo que me enseñaran a trabajar como debía de hacerse, entonces valdría la pena. Fui a dos bicicleterías a comprar dos cosas en nombre de Tecnocyclo, (la bicicletería de Cristián Ramírez) y en una me dejaron los 36 rayos de titanio para la rueda trasera (pues no había de otro material para la medida de mi rueda) a precio de costo (60 centavos de dólar cada uno); y en la otra, tras explicarle qué hacía yo allí y que conocía al mismo chico (*) que le había hecho las bicicletitas de alambre que tenía adornando su vitrina en la que exponía las patas de cambio, el buen hombre me dejó también a precio de costo la pata de cambio original Shimano que yo precisaba (de 27 a 14 dólares).
(*) El chico que nombré, Gabri, era el español-argentino que viajaba a dedo desde Argentina a México con su novia bonaerense (Aye) y hacían bicicletas de alambre para comprar o canjear por comida. A ellos los conocí en Pativilca, Perú.
Por casualidad o causalidad, conocí en Casa del Sol, -la casa de Luchito-, a dos ciclo-viajeros que iban "bajando". Alister de Australia y Anna de Holanda, dos hermosísimos chicos que me inspiraron a conocer más de las sierras ecuatorianas y me sugirieron varios lugares para dormir (pueblitos, bomberos, etc). Con ellos compartimos algunas cenas, almuerzos y muuuchas horas preciosas de conversaciones, intercambios de información y anécdotas.
Aquí entonces dejo todas las fotos de este tramo de Bahía de Caráquez a Cuenca donde aparece el taller de bicicletas, Carlos, Alfredo y Cristián; la Casa del Sol con Alister, Anna y Luis, algunas fotos de la hermosa y ecológica ciudad de Cuenca que entre otros tantos placeres, me reportó el maravilloso placer de encontrar yerba mate a la mitad de precio de lo que salía en Montañita y compré como 4 kgs pensando en dónde volvería a encontrar ese oro en polvo.
Como dije antes, Alister y Anna me empujaron a seguir viajando por las sierras y yo, tenía los días contados para volver a Puerto Amistad (en Bahía de Caráquez) a terminar de aprontar el velero de Michael para partir hacia Panamá donde solucionaríamos unos inconvenientes eléctricos que había sufrido por haber dejado abierto por descuido un pase de agua e irse a Estados Unidos volviendo 3 meses después y tener el barco inclinado con más de un metro de agua en su interior (baterías, alternadores y motor completamente sumergidos en agua salada…) Michael, pastor y médico quiropráctico, era tan inconstante y desorganizado que me daba miedo a veces entrar a la cabina del barco pues ya no había casi lugar donde pisar. Cartas de navegación, equipos electrónicos, ropa, todo tipo de artículos de papelería, películas de DVD, etc, etc, y un larguísimo etc.
Para cumplir con el compromiso que había hecho con él, tenía solo dos opciones. Una era volver a Bahía en bicicleta (o bus eventualmente) y otra, era viajar en bus las distancias largas y las cortas recorrerlas en bicicleta. Ésa fue la opción que me conquistó, sobre todo después del consejo de mis amigos de visitar a los bomberos de "el Tambo". Me pareció muy cómico eso de que me sugirieran que fuera a conocer a los bomberos de "el Tambo" en vez de algo interesante en la zona, pero confié en su criterio y allá fui. Bus de Cuenca a "el Tambo" y directo a los bomberos antes de que me ensopara la abundante lluvia que pronosticaban los truenos y la humedad del viento.
En el cuartel de bomberos me recibieron como si ya me hubieran visto muchas veces antes, me ofrecieron almuerzo y tras aceptar, llamaron por radio a uno de ellos y este, -Renso- me trajo el exquisito almuerzo vegetariano de su propia casa.
Con todos hablé mucho y compartí un final de día muy lindo, pero sobre todo con Renso, tras la cena que hicimos para unas 8 personas mientras tocábamos la guitarra y cantábamos fue que me conecté más que con el resto. Con Renso hablamos hasta altas horas de la noche y quedamos que al otro día, me llevaría el mismo a las ruinas de Ingapirca, lugar sugerido por Juan Pablo, mi querido ñaño de Bahía de Caráquez que vivía donde Marcelo Luque y era de Cañar, pueblo que yo no sabía, pero que junto con el Tambo acotan las ruinas de Ingapirca.
A la mañana siguiente, mientras dejé la computadora bajando todos los mails que no revisaba hacía muchos días nos fuimos con mi flamante guía personal Renso Montalvo que, no solo conocía la zona por su profesión, sino que además había nacido allí, su familia también y además, el era un gran coleccionista de artefactos indígenas.
Me mostró toda su colección mientras hablaba con su tía para que nos prestara el auto para ir hasta Ingapirca. Subimos en los cerros como media hora hasta Ingapirca y allí estaba, formas y figuras increíbles, cortes en las rocas hechos con una asombrosa precisión, una suavidad en las aristas y vértices que uno no entendía bien si se trataba de algo esférico o cúbico. El lugar era hermoso, pero la tristeza que sentía al escuchar de Renso, los desastres que habían llevado a cabo allí diferentes e incompetentes arqueólogos… era inmensa.
Puesto que me había llevado por la entrada trasera para no tener que pagar los dos dólares de entrada, tuvimos que salir por el mismo lado. Estaba muy resbaloso por la lluvias de los últimos días entonces íbamos lento y con mucho cuidado para no embarrarnos hasta el… bueno; el cuento es que nos interceptó una señora que nos gritaba como desmanijada, pensamos que era porque estábamos pisándole su huerto o porque no podíamos andar por allí, pero no, era por una causa un poco más simpática. Esta señora como de unos 70, trabajando su tierra encontraba casi a diario objetos indígenas como medallones, vasijas, puntas de flecha, herramientas, etc. Nos ofreció para ver estas cosas y yo, por algún motivo me enamoré de unas piedras. Parecía el más grande de los estúpidos, ahorrando a diario en comida, mendigando por un pedazo de pan, calculando cada gramo de peso en la bicicleta y paralelamente ¡¡comprando PIEDRAS!!
Más tarde cuando consultamos en el museo local nos aseguraron que eran auténticas, que tenían más de mil años de antigüedad y nos explicaban que ni siquiera en la actualidad, con los más sofisticados equipamientos tecnológicos se podrían tallar cortes como esos. Además nos preguntaron de dónde las habíamos sacado sugiriendo entre líneas que no pueden salir (como es claro) ese tipo de antigüedades de la zona de donde fueron extraídas sin una autorización legal pertinente. El hecho es que a Renso lo conocen como bombero y como local y pudimos zafar de esa y tanto Renso como yo, pudimos conservar las 5 piedras cada uno.
Por lo visto mi intuición no estaba tan errada y esas piedras en realidad valían mucho más de lo que pagué por ellas.
Las piedras son hermosas y tras investigaciones de Renso con conocidos coleccionistas e investigadores, se sugiere que eran piedras de curación; esto es, que eran usadas por los chamanes para hacer sanaciones tanto espirituales como físicas y luego, eran enterradas para que la Pachamama digiriera esa enfermedad y la transmutara.
No sé si "sí" o si "no" pero el hecho es que esa señora tenía su huerto plagado de verde y si la Pachamama ha trasmutado algo allí, pues ha sido VIDA porque el brillo de los ojos de esa septuagenaria y el verde que envolvía su casita, eran muy intensos.
Ese mismo medio día partí en bicicleta hacia Riobamba de donde pretendía instalar mi base para llegar al Chimborazo. La distancia era muy grande por lo que pretendía hacer dedo. Fue muy fácil hacerlo allí, en 20 minutos estaba sobre una camioneta de un veterinario que me llevó hasta el empalme que lleva al Chimborazo.
El Chimborazo es el volcán más alto de Ecuador y está entre los primeros puestos de los volcanes más altos del mundo y de los picos nevados más elevados de América.
Con sus 6310 msnm, el Chimborazo por su belleza y humildad es indescriptible.
Inmóvil, allí donde está, desde su base para el primero de tres ascensos, de 4300 a 4900 msnm, y de 4900 hasta 5400 para luego culminar en su cenit, es capaz de matar a cualquiera sin moverse de donde está, sin hacer ningún esfuerzo.
Eso intentó hacer conmigo pero, cuento antes como llegué hasta mí 2do intento de suicidio involuntario/estúpido en mi vida. Cuando me bajé de la camioneta en el empalme, luego de armar la bicicleta y montar todo sobre ella, veo que un camión cargado con 20 toneladas de arena se disponía a hacer la curva para también tomar esa ruta. Yo no tenía más que un pedazo de queso y ni siquiera agua.
Crucé igualmente la ruta como quien pierde el último bus de regreso a casa a las 3 de la mañana (con la diferencia que eran las 3 de la tarde) y le hago señas de que me lleve. Inmediatamente paró y se bajó el conductor para ayudarme a poner la bicicleta sobre la arena. Desde los 2500 hasta los 4350 fuimos conversando tranquilamente compensando de vez en cuando la presión en los oídos. Mis dos amigos del camión me dejaron en la puerta de ingreso a Chimborazo pero me encontré con tres pequeños detalles. El primero que análogamente a lo que me había expresado el hijo de su madre del veterinario que me llevó hasta el empalme donde tomé el camión, no había NADA para comprar ni un pan y yo, no tenía más que el mencionado pedazo de queso. Allí no vendían nada definitivamente. El segundo es que Segundo (el nombre del guardia de la entrada) me intentaba cobrar 10 dólares por subir en bicicleta hasta el primer refugio (a 4900msnm) sin ofrecerme tampoco NADA a cambio. Le peleé el precio hasta que accedió a 5 dólares… Perdía su tiempo conmigo hasta que me ofreció la entrada de 2 dólares a la que por supuesto me negué también. Luego de 15 minutos de disputas y manipulaciones psicológicas (por mi parte) lo convencí que yo era un pobrecito sudamericano que no tenía dinero y solo quería "suicidarme" subiendo a las 5 de la tarde hasta los 4900 msnm y me dejó pasar...
El tercer inconveniente superado el segundo (pero sin haber superado el primero) fue subirme a la bicicleta y pedalear 40 metros y quedarme inmediatamente sin aire. Ya conocido por mí las primeras señales de mi cuerpo ante el soroche o apunamiento (mal de altura), con la fuertes pulsaciones a nivel de las sienes, una puntada en la frente muy clara, frío en la zona occipital, mucha agitación sin trabajo cardiovascular aparente y mucha condensación de agua en la nariz (choreando agua), me di cuenta que iba a ser un largo recorrido de 8 kilómetros hasta los 4900…
Había vicuñas, hermosas vicuñas por todos lados. Vestidas con sus más elegantes galas me miraban sorprendidas igual que el único vehículo que me crucé en sentido contrario. Más tarde entendí porqué, y es que a veces, 8 kilómetros pueden ser demasiado, es que comenzar un ascenso de 500 metros de altitud de 8 kilómetros de recorrido sobre los 4300 msnm, es mucho para un flacuchento y desprovisto cuerpo de reservas. Sería sinceramente demasiada vergüenza para mí mismo revolver el dedo dentro de la herida que le hice a mi alma al recordar con detalles cómo por negligencia y estupidez, casi no cuento el cuento. Lo cierto es que la subida fue sumamente dura y lo que comenzó como un desafío o aventura o hasta gracia, terminó siendo una verdadera estupidez de lo cual no me enorgullezco en absoluto aunque, espero haber aprendido que aunque la mente y el alma no tengan límites, el cuerpo si los tiene y tenemos que conocerlos antes de meter la pata y que sea demasiado tarde para sacarla.
El alma no muere, pero el cuerpo sí, el corazón deja de palpitar también.
La aventura que inició a las 5 de la tarde, terminó pasadas las 7 con 6 grados bajo cero y yo, con un pantalón deportivo, una camiseta y un buzo de abrigo (tal como se ve en la foto) hube de empujar la bicicleta por los 8 kilómetros sin encontrar ni un milímetro de bajada o terreno plano. Llegué para esa hora al primer refugio donde semi-congelado obvié todas las formalidades, protocolos y comencé a golpear desesperado todas las puertas y ventanas hasta que salieron dos chicos jóvenes exaltados que eran los cuidadores y guías de ese refugio (éste se encontraba a 4854 msnm)
Allí me ofrecieron un té y le puse como en los viejos tiempos (cuando fue la llegada a Bahía de Caráquez deshidratado y exhausto) como 8 cucharadas de azúcar. Los invité con el famoso pedazo de queso que traía desde no sé cuándo. El dolor de cabeza y las palpitaciones junto con el terrible dolor en el corazón no me dejaron descansar en toda la noche por lo que resolví, bajar temprano en la mañana sin tener en cuenta que hasta las 8 o 9 de la mañana, habría tanto frío como durante la noche ya que este monstruo mantendría como una heladera la temperatura hasta que el tata Inti ascendiera lo suficiente.
(Cara y pies congelados de sobreviviente)
Como decía, bajé a las 6 y 30 am y en el intento, se me congeló completamente un dedo de la mano (que me hizo perder casi totalmente la uña pasadas unas semanas) y parecía papá Noel con la barba y bigotes completamente blanca. Tanta gracia no me hacía puesto que ni se me pasó por la cabeza sacar la máquina de fotos y, aunque hubiera sido mi voluntad, no hubiera podido pues lo único que apenas sentía eran, la primera articulación del dedo gordo de la mano derecha y la primera y segunda articulación del dedo índice con los que agarraba el puño del manillar y apretaba el freno.Al llegar a la entrada a donde mi amigo Segundo, me vio tan demacrado, tan arruinado y tan amargado que me ofreció un pan y una "agua caliente" (un té). Solo recuerdo que muy grande debía ser su impresión y corazón ya que tras haber entrado sin pagar, me estaba regalando su propia comida. No podía dejar de temblar, pero no sufría por el frío, me veía a mi mismo caminando en círculos, agachándome y abrazándome las rodillas, avergonzado, sin poder entrar en calor (ya que no tenía nada de energía para generarlo). Veía mis manos entre azules y verdes como nunca antes en mi vida, me seguía viendo desde algún lugar ajeno a mi propio cuerpo hasta que Segundo me dijo que pasaría un bus para Riobamba en 10 minutos, que saliera a la ruta.
Dejé entonces pasar 5 minutos y escuché los rebajes de un motor grande que bien sería un camión o el mismo bus que me decía Segundo.
Chorreando mocos por la nariz, temblando como una hoja, logré levantar una mano al ver los dos focos delanteros amarillentos que se aproximaron con tanta velocidad que para cuando paró el bus, tuve que correr-arrastrarme más de 100 mts.
En el camino a Riobamba tuve que pedirle a mi compañero de asiento que me sacara de la riñonera los 50 centavos de dólar para pagarle al cobrador porque no podía controlar mis manos; me sentía muy avergonzado con mi cuerpo aún.
Para la llegada a Riobamba ya estaba bien aunque aún con mucho dolor en la uña. Decidí irme a Ambato para tomarme otro bus hasta Baños y descender un poco de las sierras (ya que Baños queda apenas a 1200 mts).
Para las 2 de la tarde llegué a Baños y busqué inmediatamente dos cosas, primero los bomberos para dejar la bicicleta y el equipaje y luego, un lugar para comer.
Sí, me senté a comer en un restaurante chino por 3 dólares (2/3 de mi presupuesto diario). Para hacer las paces con mi cuerpo, me fui a unos baños termales y allí pasé el fin del día. Meditando sobre lo acontecido; espero haber aprendido y que no se malinterprete lo sucedido; una cosa es quedarse sentado en el sillón de casa mirando tras la ventana como llueve para no mojarnos y otra muy diferente, es subir sin provisiones, mal alimentado, desabrigado y de una forma muy inconsciente e inmadura una montaña hasta casi cinco mil metros de altitud teniendo una pobre genética europea de nivel del mar (me cago en mis tatarabuelos españoles y catalanes).
Al otro día me desperté en bomberos de Baños y luego de haber escuchado que el Cotopaxi era, actualmente en América el volcán más activo y del los más activos del mundo, decidí tomar las precauciones del caso e ir a pasar una noche en uno de los miradores, puntualmente en el mejor, el mirador de "la casa del árbol" que casualmente era hecho por uno de los bomberos de turno y su hermano.
Aunque no pude ver rocas incandescentes saltando de adentro soñé cosas tremendas, soñé que la Tierra se estremecía por el daño que causamos a cada instante tras talar más de 2 mil árboles por minuto solamente en el Amazonas, recordaba la cara de aquella septuagenaria que me vendiese las piedras pero con una profuuunda tristeza en su rostro, con el brillo de sus ojos opacado y goteando lágrimas de su espíritu, recordaba la contaminación en Bolivia, en Santiago de Chile que ya casi no pueden aterrizar sin instrumentos los aviones, en las rutas norte de Perú, en las carreteras costeras ecuatorianas; la contaminación que generamos a cada segundo por inconsciencia, ignorancia y negligencia es sencillamente terrible. Soñé con Jazmín, mi queridísima ex compañera de vida y viaje chilena a quien aún, llevo en mi alma y corazón; pero lo interesante fue cuando al otro día volví de mi paseo por el Cotopaxi a mí "base" y los bomberos me recibieron con la noticia del terremoto en Chile…
Todo ese día fue de mucha reflexión y de enviar la más pura de las energías para este pueblo que me amparó por un año y dio vida a un sensacional Ser que tanto quiero.
Me fui a la selva pero no del Amazonas, sino al Oriente ecuatoriano. Puntualmente a Puyo, la puerta de la selva ecuatoriana. Ni bien llegué allí, a 500 msnm me sentí ya muy bien. El clima y la altitud eran las programadas en mi ADN y había mango y papaya por todos lados así que ya estaba muy contento y me fui a dar una vuelta por el pequeñísimo pueblito sin olvidar que mientras yo saboreaba un mango, miles de personas buscaban entre escombros a sus pares.
Me encontré que estaban presentando en un organismo estatal unos cuadros sobre Oswaldo Guayasmín, un pintor y Ser Humano que posteriormente yo mismo calificaría como espectacular.
Después de subir la escalera que me llevaba a la sala donde se exponían estos muy originales cuadros me choqué con algo y miré para abajo y era una niña de unos 10 años disfrazada de mujercita (pintada y maquillada, de pollerita y zapatos de taco alto con medias blancas con puntillas) que me ofreció para hacerme una visita guiada por la exposición.
Accedí pese a que no sabía si me iba a cobrar o no pero, valía la pena si el dinero era para ella ya que era una muñequita de porcelana aunque, fingiendo ser alguien que no era…
Era rubia y distaba mucho de ser indígena pero, mucha memoria tenía para acordarse de todos los detalles, sus ojos azules no eran menos arte que la de Guayasmín. Recorrimos 4 paredes (de unos 40 mts cada una) hasta que en la última se exponía una película cada 15 minutos de Guayasmín y se explicaba más sobre su vida personal, su historia y su desarrollo "profesional". Íntimo amigo de Fidel Castro, Guayasmín fue sin duda un personaje que me hizo pensar que quizás, Castro no es tal desastre como el mundo lo pinta. Estoy harto de los prejuicios que me han hecho mamar.
La frase que aparecía al final del video que exponían y en los panfletos que regalaban (igual que todo el tour) decía: "…siempre voy a volver, mantengan encendida una luz…"
En mi vuelta a Baños desde Puyo descansé en el bus mientras escribía algo sobre lo que iba aconteciendo (que aquí comparto). Claro que era para los locales el típico gringuito tonto informatizado, pero para mí, era suficiente recompensa saber que ya hoy en día, son más de 5000 personas que leen a veces lo que ese típico gringuito tonto informatizado escribe en los buses y plazas de este mundo.
Llegado a baños decidí que ya era hora de emprender la marcha hacia atrás para llegar a tiempo a mi compromiso con Michael ya que según él, el 8 de marzo saldríamos y debíamos trabajar muy duro para eso.
De Baños en bus hasta Ambato y allí, sentí ganas de pedalear así que sin pensar, tomé la autopista que lleva a Quito y comencé la feliz rutina. En un momento miré para atrás y venía un camión con cara de buen amigo. Le hice señas y paró, me dijo que él iba para San Miguel de Salacedo (a unos 160 kilómetros del lugar donde yo tomaría la ruta en Machachi hacia el Oeste para volver a Bahía de Caráquez) Le acepté el "aventón" y cuando me bajé en Salacedo, me encontré con una panadería y me tenté de comer algo ya que llevaba todo el día sin comer.
Compré unas cositas de repostería que además de estar muy viejas y duras estaban espantosas. (recordar la panadería con el mismo nombre del pueblito). Pedaleé intentando tragar esas mierdas chiclosas y duras y a la salida del pueblo levanté la mano 3 veces hasta que otro buen samaritano con una camioneta se acercó y me dijo que iba hasta Quito y que me llevaba. Le agradecí y me dijo que debería darle algo de dinero por el combustible y le dije que … por supuesto que no…, que yo viajaba en bicicleta, que era un testigo de Jehová y que le leería la biblia si no me llevaba… ¡nooo mentira! me dijo… Yo me reí y le dije que no tenía plata, así que le podía regalar una canción (sin guitarra puesto que no la tenía allí, estaba en Bahía). Finalmente me llevó hasta Machachi que es donde se empalman las carreteras que van de Oeste a Este y viceversa mientras durante ese corto recorrido de algo así como una hora y pico lo veía en la cabina riéndose con su mujer y dos hijitos.
Allí en Machachi también fue cuestión de 15 minutos para que otro buen hombre me ofreciera llevarme hasta Santo Domingo de los Colorados. Este personaje sabía mucho de la cultura local pese a que se creía ajeno a ella a pesar de sus marcados rasgos indígenas. Me contó que este asunto de "los Colorados" se debe a que hay una cultura indígena allí en Santo Domingo que se llaman los Tsáchilas y se caracterizan por teñirse el pelo con unas tintas rojas y cortarse el pelo de una forma un tanto particular (corte honguito). Me habló de su migración a Estados Unidos y de cuando conoció a su mujer, de su negocio de venta de cubiertas de vehículos y de que el camino de Quito a Santo Domingo de los Colorados lo hacía 2 o 3 veces por semana (un camino espantoso en cuanto a la seguridad vial pero hermoso en cuanto a la variación de paisajes en sus 2 horas de trayecto de "subi-baja".
Me llamó la atención lo siguiente; por haber tantas montañas, existían también caídas de agua y los locales, canalizaban y entubaban esa agua y lavaban a presión los camiones que paraban allí con muchísima más presión que en una estación de servicio.
Allí en Santo Domingo de los Tsáchilas (su verdadero nombre) me dejó mi amigo y pedaleé hasta la salida del pueblo para que otro camión me adelantara unos kilómetros y poder pedalear hasta El Carmen.
Desde El Carmen, un pueblo al que detesté, creo porque llegué con mucha hambre, muy cansado, con mucho calor y para completar, el chistecito de "hola Bin Laden", "hello Jesus", "gringooo" etc. Esperé alguien para hacer dedo pero ya no estaba de ánimos de conversar con nadie así que, me tomé un bus que terminó por hacerme explotar ya que mientras acomodaba la bicicleta en la bodega de éste, el conductor comenzó a acelerar y a impacientarse (puesto que la bici era bastante grande para el tamaño de las bodegas) hasta que al final, conmigo adentro de la bodega y ésta abierta y el cobrador sosteniendo la puerta se le soltó el embrague y arrancó y frenó de golpe. Me salí de la bodega caliente como un bicho y subí con mi mochila, miré como para comérmelo crudo al chofer que ni se inmutó. Luego vino el cobrador y me intentó robar-cobrar 6 dólares por el trayecto hasta Pedernales. Le peleé el precio hasta que a pesar de saber que me estaba cobrando de más, le pagué 3 dólares. Solo puedo decir… ¡mierda!
Llegué para cuando el sol ya se había puesto a Pedernales. Curiosamente éste pueblo es el primer pueblo de la costa ecuatoriana que está en el hemisferio norte. 8 kilómetros hacia el sur ya es el hemisferio sur. Bomberos conmigo y sabiendo ellos que serían los últimos bomberos que me hospedarían de Sudamérica se portaron como excelentes anfitriones acomodándome un ventilador en los pies de la cama (con colchón y todo) y un toldo (mosquitero) para que luego de bañarme y conversar con ellos un rato tomara un buen y sano descanso.
Para las 4 de la mañana me levanté y me tomé el bus que me dejó 3 horas después en San Vicente. Tras cruzar en la "gayola" (embarcación que transporta autos, gente, motos, etc) la Bahía de San Vicente a la Bahía de Caráquez me fui hasta Puerto Amistad.
Allí encontré a Michael que justo subía a puerto. Allí tuvimos una conversación tras algunas reflexiones que tuve en mi viaje interno-externo por las sierras y lo noté muy insensible a lo que le contaba; en realidad, lo noté sensiblemente patético y exagerado. (muchos pensarán "típico gringo" y yo esta vez no haré comentarios)
Por primera vez me planteé seriamente el no viajar con él pese a que era mi única opción… ¡única opción!. Pero ¿cómo es eso Pablo? ¡si la vida está plagada de opciones!
Recordando sabias palabras de Chamalú, fui a buscar como sorprenderme y, ese mismo día hablé con el capitán de otro barco con quién por su nacionalidad había entablando una muy linda y simpática relación, un brasilero veterano, dueño de un catamarán muy lujoso para ver si sabía de alguien que pudiese llevarme.
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