De Salo a Atocha, Uyuni y Salar de Uyuni
El 4 de noviembre estábamos levantados desde muy temprano esperando nuevamente alguna movilidad para Uyuni. Durante horas y horas escribíamos nuestro diario de viaje esperando alguna movilidad gratis que nos llevara hasta Uyuni.
Cuando el panorama se nos tornaba igual al de ayer decidimos cocinarnos para almorzar, hecho que no hubiéramos realizado antes para no demorar si aparecía alguien con intenciones de llevarnos.
Como caído del cielo a las 2 PM apareció Víctor y tras negociar con el por lo mismo que nos cobrara el tren que salía dentro de dos días y en menos de la mitad de tiempo Víctor aceptó llevarnos con toda nuestra carga estos 208 km. en los cuales se asciende hasta más de 5000 m.s.n.m. hasta el pueblo de Atocha donde por el curso de un río que fluye, quien sabe en qué época del año, circulamos con tracción en las cuatro ruedas, ya que nos empantanábamos en el barro mezclado con sal que se evidenciaba por su color.
El camino de Atocha hasta Uyuni, dejando de lado la infaltable calamina, la arena y los vehículos enterrados que cruzamos; aunque a más de 3500 m.s.n.m. fue plano.
Ni nos gusta ni recomendamos llegar de noche a un lugar desconocido y menos aún no teniendo un sitio para pernoctar, pero no nos quedó más remedio que empezar a buscar alojamiento, ya que en una ciudad sumamente turística como es Uyuni no se puede armar una carpa en la primera plaza que uno encuentra. Luego de recorrer la increíble lista de precios que iban desde $40 bs hasta los $180 bs comenzamos con algo un poco más convencional, a preguntar a los camioneros si se quedaban allí para poder dormir en la caja de los camiones. Sin éxito en esto, pero con un buen dato nos fuimos al mercado campesino donde por $5 bs c/u nos dieron derecho a una "payasa" (colchón de paja de 60 x 1,50mts.).
En este lugar obviamente habían campesinos y gente muy humilde.
Tener un agujero en el piso hubiera sido más higiénico y menos oloroso que el baño sin agua que allí había. No hablemos entonces mucho menos de la ducha ( que mal no nos hubiera venido ya que desde hacía 4 días no nos bañábamos, pero sí hablemos de la generosidad de Mercedes que al ver nuestra situación nos ofreció para cocinar la avena (que compramos pegado a nuestro actual hospedaje por $5 bs la libra) en su cocina personal.
Bastante raro es encontrar un sitio donde se miran distancias en horas, no en kilómetros y se macen alimentos en libras estando en Sudamérica. También se utilizan otro tipo de escalas totalmente común en el diario vivir como las cuartillas (2.8 kg) a las arrobas (13kgs).La noche pasó lenta por lo tanto bastante interrumpida. Desde las 8 PM hasta las 2 o 3 AM fueron llegando los humildes huéspedes que anteriormente mencionábamos.
El día se presentaba un poco nublado. Al llegar al hotel de sal y luego de entra a visitarlo, a pesar de ser chilena, Jazmín se había hecho 3 nuevos amigos bolivianos que nos invitaban a ambos a llevarnos hasta la isla de pescado.
No hay rutas ni señalizaciones, lo único que sí hay son las huellas vehiculares marcadas sobre la sal propias del desgaste causado por las filosa superficie salina que algunas vez fueron trazados por vehículos con GPS (Sistema de Posicionamiento Satelital). Además de lo que mencionábamos se ven a casi cientos de km. cerros de la Cordillera Andina y otros tantos que rodean el salar hacia el norte, este y sur.
Una hora luego de haber dejado el hotel de sal, a las 11.45 estábamos en la isla de pescado. En este sitio (Patrimonio cultural de la humanidad) había que pagar $15 bs por persona para tener derecho a utilizar las instalaciones del parque según le dijeron a Pablo. Sorprendido miró para todos lados y viendo un pequeño cerro de rocas de unos 10 metros de altura rodeado del desértico salar, le preguntó al encargado a qué se refería y discusión va y discusión viene, por supuesto los $30 bs correspondientes a nosotros dos quedaron en… nuestros bolsillos.
De todas formas originales y coquetas mesas redondas y sus correspondientes bancos, también de sal nos invitaban allí nomás, al pie de la isla de pescado a almorzar, pero por supuesto que no a pernoctar, ya que el amigo antes mencionado nos había intimado a abandonar el lugar y según nos dijo mandaría a alguien a vigilarnos.
Durante la larga cocción que requiere el arroz integral (nuestro olvidado, pero aún fiel amigo) arribaron a este lugar otros dos ciclistas madrileños, quienes tampoco tenían rumbo fijo y de forma bastante desordenada y aleatoria habían ido visitando Chile y Bolivia y según nos contaron mientras almorzábamos no sabían si internarse en la selva peruana, previo paso por MacchuPichu o conocer el norte argentino que lo tenían tan cerca. Poco antes de las 3 PM nos despedíamos de nuestros colegas españoles y comenzamos con el levante de nuestro picnic.
A pesar de los excelentes sobre de dormir (una de las muy pocas cosas buenas que tenemos junto a nuestra voluntad) ambos tuvimos los pies congelados durante toda la noche. Aunque sacamos las medias transpiradas, seguramente debido a que no nos bañábamos hace unos cuatro días, los poros de nuestros pies estaban cerrados y por ese motivo creemos que se mantuvieron muy fríos durante toda la noche.
Amanecer del día jueves 6 de noviembre. Ni siquiera las preciosas fotos lograrían reflejar mínimamente lo que fue el amanecer en La Primera Maravilla del Mundo. Por un momento sentimos el deseo de apoderarnos del amanecer, pero nos dimos cuenta de que como todo en la vida; lo rico, lo feo, lo malo, lo bueno, ese momento también pasaría, así que “lo dejamos ir” y a lo único que nos aferramos fue a disfrutar esos tornasolados naranjos, rojos, amarillos, violetas y azules mientras instante a instante se iban transformando en nuestro nuevo día.
Luego de entrar en calor comenzamos con el desarme del campamento y emprendimos la marcha hacia atrás, hacia Uyuni. Puesto que ya habíamos visto lo espantoso que era el camino de ida al salar, asumimos obviamente que la vuelta no sería mejor. Por ende partimos en dirección a Colchani, específicamente a la tranca que allí había con la esperanza de encontrar un camión que nos pudiera llevar gratis hasta Uyuni.
Luego de unos 12 kilómetros ingresamos a este pequeño pueblito y ya en la tranca luego de unos escasos 10 minutos aparecieron dos camiones monstruosamente grandes con matrícula boliviana y europea (de España). Los conductores de ambos descendieron y sin ningún problema accedieron a nuestro pedido.
Llegados a la estación de servicios a la entrada de Uyuni (yendo desde el salar) nos bajamos, agradecimos y pedimos la explicación de por qué habían tantos camiones en Bolivia ya que no eran los dos primeros que veíamos con matrículas europeas. Nos explicaron que eran muy común importar camiones usados de Europa. En general de España, Suecia, Italia y Alemania. Con esta respuesta comenzamos la nueva aventura de conseguir alojamiento CON BAÑO.
Luego de casi 3 horas de dar vueltas de un lado al otro, el más barato (y el más bonito) fue de $25 bolivianos cada uno. Ya que Pablo que se había quemado los ojos con el reflejo del sol sobre el salar fue el primero en ducharse, como desde la mañana los ojos no paraban de llorarle y le ardían muchísimo decidió acostarse a descansar un poco mientras Jazmín hacía algunas compras y cocinaba el almuerzo. Para las 6 PM salimos a dar una vuelta para terminar de conocer la ciudad. Ya más descansados, bañados, con la ropa lavada, pero Pablo aún con sus ojos deshechos y llorosos, volvimos al hostal El Cactus para despedirnos del día y aprontar las cosas para encontrarnos mañana viernes con nuestros solidarios amigos de meteorología a quienes como ya hemos contado se ofrecieron a llevarnos gratis hasta Potosí.
(Fotos de la feria sobre la avenida principal y del mercado de campesinos con sus perros merodeando los restos mortales de las pobres cabras)
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