10 ago 2008

CAPÍTULO 1: URUGUAY (2)

Como quedó dicho anteriormente, cruzando “la barra” cuando está abierta, se llega a las dunas; y a unos seis kilómetros yendo hacia el Sur por la playa, nos topamos con Cabo Polonio.

(Cabo Polonio)

A Cabo Polonio sólo se puede acceder en vehículos con tracción a las cuatro ruedas. No existe asfalto ni pavimento: sólo la trémula arena blanca de la playa.

Cabo Polonio – en cuya punta se yergue un faro desde 1888 del que ahora se encarga la Armada – fue colonizado libremente por gente que poco a poco comenzó a llegar con materiales ligeros de construcción (madera y chapa, por ejemplo) y levantó su hogar de la noche a la mañana. Hasta hace un par de décadas aproximadamente, no se necesitaba ni permisos ni escrituras para poder instalarse permanentemente en Cabo Polonio. Hoy por hoy, ya no se admiten más vecinos.

(Faro de Cabo Polonio)



(Vista del faro entre las rocas Pablo y Santiago Rusiñol)

Al igual que Valizas, Cabo Polonio inverna en la soledad y la tranquilidad de los meses de temporada baja; sin embargo, durante el verano, el lugar es una auténtica locura. Su lejanía de cualquier jurisdicción propicia el consumo y tráfico de drogas, lo cual se podría pasar por alto si esta actividad poco salubre se pudiera desarrollar con civismo y discreción; pero a quién vamos a engañar. . . Es una lástima que un lugar así se convierta en un paraíso del desmadre, porque posee una riqueza natural extraordinaria: a unos ochocientos metros hay dos islotes conquistados por lobos y leones marinos, así como las playas de roca que rodean el faro; se ven también pingüinos en los meses de invierno, durante los cuales se pueden avistar ballenas azules en su paso migratorio; hay gaviotas negras, albatros, pelícanos, lechuzas, teros, etc. ¿Es preciso ponerse ciego para poder disfrutar de algo tan puro y sencillo?

Las constantes amenazas de lluvia y vientos fuertes del Sur, retrasaron la salida hasta el miércoles 13 de agosto.

A primera hora de la mañana nos despedimos de la abuela Ega y emprendimos el rumbo, por la 15, hacia la sierra de Rocha, la de las 99 curvas sinuosas y los desgastantes repechos.



( Ruta 15 que lleva a Lascano desde la ciudad de Rocha)

En un duro recorrido de unos 50km animado por las bocinas de los camioneros que nos iban saludando en procesión, alcanzamos Villa Velázquez, un pueblecito poco presuntuoso de unos dos mil habitantes.


Como se acercaba la hora del atardecer, preguntamos a Julio – miembro veterano de la policía local – dónde podríamos hallar un sitio para hacer la noche
que nos proporcionara cierta seguridad (por las bicicletas, se entiende). Después de apuntar los números de documento de identidad de cada uno y ponernos al tanto de la alarmante subida del índice de criminalidad en las zonas rurales (donde otrora de podían dejar las puertas abiertas), nos dijo que fuésemos al puesto de bromatología (control de calidad de productos alimenticios de mercancía entrante) que hay a unos 500m de la intersección de la 15 (Lascano) y la 11 (Aigua). Allí nos debía esperar un funcionario de la Intendencia (Ayuntamiento) a quien informaría por radio en cuanto saliésemos.



( Parada en las sierras de Rocha rumbo a Lascano)
Y así fue que al llegar al puesto nos encontramos a dicho funcionario: un joven de 38 años, delgado, de ojos claros y peinado a lo beatle, enviando un mensaje de texto en una porción de campo donde obtenía señal.


El joven en cuestión se llama Ruben (en Uruguay no es palabra aguda y se pronuncia como llana), es padre de dos hijos, natural de Velázquez y dieciséis años servidor público. No fuma ni bebe, y en otra época se dedicó bastante al fútbol, deporte que le fascina.


( Rúben,nuestro gran amigo y anfitrión de Bromatoloían en Velázques)

Se portó fabulosamente con nosotros. De hecho fue el primero en decirnos algo que hemos escuchado en todas partes del interior: “para cualquier cosa estoy a sus órdenes.”


El sitio donde pernoctamos era una antigua escuela y luego comisaría, edificación actualmente medio derruida (pero con el hogar en perfecto estado para hacer lumbre), que estaba en un paraje precioso rodeado de bosquecillos de acacias y eucaliptos.

(Escuela-Comisaría del desuso en Velázques)


Ya cuando hubo oscurecido, con el fuego prendido y humeante para mantener a los bichos a raya, y cada uno en su sobre (saco) de dormir, apareció un vehículo patrulla con dos policías y Ruben sentado atrás, todos, cómo no, con mate en mano y termo bajo el sobaco. Querían saber si habíamos encontrado todo de nuestro agrado y si, por casualidad, necesitábamos que nos trajesen algo del pueblo. Ruborizados por tanta hospitalidad, les dijimos que estaba todo bien, que agradecíamos su buenísima disposición, y que no, que no nos hacía falta nada salvo una larga noche de descanso. Charlamos y reímos un rato, Ruben y los policías se volvieron al pueblo, y los tres nos fuimos derechos al sobre.


El amanecer del día siguiente se presentó con una bruma densa bruma que no permitía ver a mas de cien metros. ¡Cuánto encanto le da esa bruma de vapor de rocío al campo y a los bosques! Sobre todo cuando se van filtrando los tonos púrpuras del sol naciente a través de ese tejido algodonoso y suave de chispas de agua gélida.


Ruben llevaba ya en su puesto desde las cinco de la mañana. Desayunamos en el puesto con él. Nos había traído unos sobres de té y de café sin que le dijéramos nada. Éste fue el comienzo de la anonadante generosidad del campo.


El día abrió y en cielo apareció un sol espectacular. El viento parecía soplar a favor. Las condiciones eran inmejorables para montar.


Cuando ya estábamos a punto de ponernos en marcha, llegó, en una camioneta pick-up blanca, Omar Canepa, ex corredor profesional del ciclismo sudamericano. Joven, pero ya retirado del ciclismo y fuera de forma, se dedica en estos días a la tala del eucalipto, industria que en estos día procura más empleo a la región de Velázquez. Nos enseñó unos cuantos trucos y nos dio varios consejos prácticos en cuanto al mantenimiento de las bicicletas y, más importante, a cómo jugar con los cambios para aprovechar bien la fuerza y la motricidad y no hacerse añicos sobre los pedales.


Todo esto nos retrasó hasta casi el mediodía. Nos despedimos de Ruben y Omar y volvimos al asfalto.


Cuando aún no llevábamos ni quince kilómetros el viento cambió de Sudeste a Nordeste; o lo que es lo mismo, de viento a favor a viento en contra. De forma que los siguientes kilómetros (unos cuarenta más o menos) fueron de auténtico suplicio; en tal medida que ya cuando apenas faltaban diez kilómetros para llegar a Lascano, hubo en par de subidas que realizamos a pie.


Al arribar finalmente a Lascano (que se nos presentó como una salvación desde lo alto de la última y horripilante pendiente), nos topamos a la entrada con una estación de servicio de la ANCAP (red de gasolineras uruguaya). Sin más dilación, preguntamos a una empleada, Silvana, dónde podríamos encontrar algún alojamiento seguro y, ante todo, gratis. Mientras Silvana entraba en la oficina para averiguar lo que le pedimos, se nos acercó un tipo alto y fornido, de cabellera rala y bigote espeso, Felipe Ferrés de nombre. Nos dijo que tenía 61 años (realmente no los representaba) y, con su voz profunda y alegre, inquirió respecto a lo que hacíamos y el porqué de ello. Después nos habló de su estancia ahí en Lascano, de sus dos hijos, de que viajaba con frecuencia a Montevideo, etc. Pero, por encima de todo, nos mencionó a Alejandro Castillo. Alejandro Castillo es la celebridad más destacada de Lascano: pionero del surf en los sesenta, infatigable viajero de las carreteras sudamericanas, actual presidente de la Federación de Surf del Uruguay, miembro activo del club Rotari y dueño de las dos estaciones de ANCAP de Lascano. Alejandro Castillo, como se suele decir en inglés, era nuestro hombre.
(Ancap de Alejandro Castillo,Lascano)


(Entrada a Lascano)

Felipe Ferrés lo hizo llamar y ahí apareció a los cinco minutos, Alejandro Castillo en persona, un señor de pelo cano y media calva, de mediana estatura y aspecto vivaz y saludable. Felipe Ferrés le resumió nuestra pequeña epopeya y, con cierta complicidad, Alejandro Castillo se sonrió y citó a Les Luthiers: “no me asusta el acertijo.” En ese momento nos hizo relación de todas sus aventuras durante los viajes a dedo que hacía desde el Uruguay hasta las playas surferas de Trujillo (Perú). Así que en una muestra de simpatía de un viajero veterano a unos neófitos, nos hizo disposición de las llaves de una cabaña que había detrás de la estación por el tiempo que nos fuera necesario. La cabaña tenía todos los complementos: baño con ducha de agua caliente, cocina de gas, nevera, y un hogar en el que hacer un buen fuego.


En Lascano permanecimos tres días. La primera tarde nos pasamos por la radio AM (sintonía 1590.0) llamada Nueva Radio. Golpeamos tímidamente la puerta, sin intenciones concretas. No sabíamos si pedirles información sobre la región, ver simplemente cómo eran las instalaciones y el equipo, o bien insinuarles la idea de entrevistarnos para que nos dieran a conocer y así ganarnos la confianza de la gente.

(Violín de Becho.Lascano,Rocha)
(Gente de la Nueva Radio,Alejandro der. Ruben Sosa izq.)






(Continua en la siguiente entrada de Septiembre en "Uruguay 3")

1 comentario:

Anónimo dijo...

JOSE LUIS ABREU, TENGO 53 AÑOS SOY ORIUNDO DE LA CIUDAD DE ROCHA Y VIVO EN LA CIUDAD DE MEXICO. ESTOY DISFRUTANDO TRIPLEMENTE ESTE RELATO Y LAS IMAGENES QUE LO ACOMPAÑAN, PUES ADEMAS DE SER URUGUAYO ME GUSTA LA BICI, LOS DOMINGOS HAGO 100 KIL. RUMBO A CUERNAVACA Y FINALMENTE TUVE LA OPORTUNIDAD DE OIR AL MAESTRO SEGOVIA EN EL TEATRO SOLIS DE MONTEVIDEO ALLA POR 1979.GRACIAS POR TODO ESTO